miércoles, 7 de marzo de 2018

A veces me tropiezo con el duelo


La palabra <<duelo>> significa dolor. En ocasiones se queda corta. Dolor es poco para lo que algunas veces se siente, porque el dolor de duelo, llega a ser físico, la pérdida de un ser querido es más lejana que la pesadumbre espiritual. A veces tienes lágrimas y otras no, porque el dolor extremo y grande se manifiesta de muchas formas. Pero ese sufrimiento también se va pasando, la intensidad del principio va disminuyendo y luego se convierte en una sombra errante que de vez en cuando te visita. Y por lo que me han dicho, suele acompañarte el resto de la vida.

Mi padre ha sido el gran duelo de mi vida y creo que lo será, a no ser que la vida me tenga reservado algún que otro desenlace fatal. Mi padre dolió latentemente y ahora duele, duele su ausencia pero es verdad que me he acostumbrado a que no esté. Es algo difícil de explicar, pero el desgarro de aquellos tiempos en los que no podía hacer nada sin llorar o pensar o no poder respirar, pasaron.

Él, siempre protegió a sus hijas por encima de todo quizás tenía especial debilidad conmigo por ser la pequeña de las pequeñas y porque vivía muy apegado a él.
La muerte le sorprendió cuando yo estaba en Madrid y mi hermana Laura, con él. Me he sentido privilegiada de no tener que ser espectadora de sus últimos instantes de vida, ni de tener que ver su palidez, ni su cuerpo inerte. Me ha bastado con la imaginación y con el relato repetido saciantemente una y otra vez de mi hermana Laura: “lo oí roncar y se me cayó…”. Creo que podría contar todos los detalles del fatal acontecimiento de las veces que lo ha narrado ella.

Mi hermana Laura se llevó una de las partes más duras, sin ninguna duda. Mi padre murió con ella y ella fue la que vio le partir hacia el más allá, aunque oficialmente, murió en el hospital. Ella lleva la bandera del duelo más grande, ella es la que más ha sufrido, la que más ha llorado, la que peor lo pasó, la que peores imágenes vio, la que se lamenta y no es capaz de decir “estoy mejor”. Pero sencillamente, creo que habla desde la superioridad moral que le dio el hecho que ella estuviera presente cuando a mi padre le dio el infarto. No es la que más ha sufrido, ni la que más ha llorado ni mucho menos la que peor lo pasó. Porque mi padre, era el padre de todas, a todas nos mimaba y quería y aunque el uso y disfrute de él, lo teníamos mi madre y yo, el duelo nos ha venido mal a todas. Todas tuvimos nuestras circunstancias, todas podríamos creer tener esa superioridad a las demás porque su muerte nos haya sorprendido en diferentes sitios.

Casi siempre evito hablar con Laura del tema de mi padre y la psicóloga lo cree conveniente. A veces no quiero ni mencionarlo, porque sé que va a desviar el tema a lo mismo “lo oí roncar y se me cayó…” y no quiero, porque no puedo más. Me rompe demasiado. El duelo nos cicatriza bien conforme van pasando los días, pero muchas veces o siempre que la conversación se torna un poco más trascendental, aparece “lo oí roncar y se me cayó…”. Tengo cierto miedo que salga esa conversación, o detalles tan dolientes como “Fulanito vino al tanatorio… Pepito se pegó golpes en el pecho cuando lo vio muerto…”.  Cuando puede los saca y siempre que salen esos detalles, yo experimento un retroceso, un vómito espiritual que se acaba convirtiendo en lo que usualmente se llama “bajón”.

Mi padre se merecía este duelo, pero también merece verme recompuesta.

sábado, 3 de marzo de 2018

El día para el que no nací


Me acosté a las 3 de la mañana y a las 7 ya estaba en pie. Era Miércoles Santo, y al ir por el pasillo hacia la cocina olía muchísimo a incienso, lo que yo llamaba de pequeña “humo iglesia”. Entre la resaca procesional que yo tenía y los nervios por el viaje, pensé “hostia, cuando huele así es que alguien se va a morir…bah, estoy muy influenciada por la Semana Santa”. No olvido ni un detalle, los tengo grabados en mi corazón. Me desperté ilusionada, ya había tachado todos los días en mi calendario de cuenta atrás, ¡Ya era día 12! La interminable y cabrona cuenta atrás se había acabado, me iba a Madrid. Mi tren salía en unas horas, y estaba ultimando algunas cosas. A las 7:30 escuché las zapatillas de mi padre arrastrarse por el pasillo, como vio luz encendida en mi habitación, vino y con su voz medio dormida aún me dijo:

-¿Tienes que en (trar al aseo)…?”

-No (no le deje terminar la frase) y me voy en media hora.

¿Por qué tengo que recordar eso? ¿Por qué ninguna entidad divina me dijo que después de esa media hora no volvería a ver a mi padre nunca más? Yo seguí tranquilamente. Mi madre me había encogido una chaqueta y fui a su dormitorio a recriminar que me había dejado sin chaqueta, con lo traicionero que es el tiempo en Madrid. Entonces mi madre me dijo:

-Anda, dame un beso, no te vayas a Madrid estando enfadadas, que luego pasa lo que pasa…

Aunque ella diga que no, yo siempre he creído que inconscientemente, mi madre tiene un don para presentir la muerte. Le ha pasado en muchas ocasiones y creo que en esta también, aunque se haya acorazado para pensar que no…
Le di un beso y un abrazo, perdoné su desliz, y volvió mi padre, ya vestido a la habitación. Yo me quedé mirándolo, en el idioma de Marinaland, cuando me voy de viaje (aunque sea de trabajo, como era este) siempre cae algún aguinaldo para gastar y para pegarme un capricho, porque aunque soy ahorradora, ellos sabían que también soy caprichosa como nadie.
El papá se acercó al perchero, hizo sonar el último “clinc, clinc, clinc” de su cinturón de cuero  y abrió su cartera (que horas más tarde, mi madre abrió para comprar un ramo de flores con una frase que rezaba: “Tu esposa e hijas te quieren”) y sacó 20 euros (que todavía guardo) y me dijo: “ala, pásalo bien” y recuerdo su beso fuerte, apasionado, de padre-protector que se preocupa por su hija y que la quiere. Ese beso que dejaba restos de babas y dolor en los carrillos, con sus alfilerazos de barba de dos días.

Como toda mi vida, hemos estado haciendo miles  de kilómetros por lo lejos que nos queda Plasencia, mi abuela materna, que se quedaba  en Alicante, siempre expectante de una llamada que le dijera que hemos tenido un accidente, nos acostumbró a despedirnos en los viajes como si esa fuera la última vez que íbamos a ver a nuestro ser querido. Yo siempre que me despedía de alguien que tenía que viajar, me despedía de esa manera, marcando siempre esos últimos momentos como si fueran los últimos. Lo hacía instintivamente, sabiendo que una vez podía pasar, también porque siempre he estado muy apegada a mi familia y me tenía que despedir de ellos sacando jugo a todos los segundos juntos, porque luego los echaba mucho de menos.
El asunto es que me despedí de él, le abracé fuerte y luego volví a abrazarle y a darle otro beso y a darle las gracias por el dinero. Porque cumplí y me despedí como si fuera la última vez, me despedí porque iba a estar días sin verlo, muchas veces pienso que si hubiera sido un día corriente, no le hubiera ni dicho adiós…

Cogí mi maleta y abrí la puerta y dije “Hasta luego!” porque nunca digo adiós, no creo en el adiós cuando te despides de la gente que quieres. Odio el adiós. Por eso no lo dije, por eso no lo digo y por eso no lo diré jamás.

En la estación,  tomando un café escribí esto en el cuaderno donde escribo mis secretos más inconfesables. Leído unos meses después, parece que el puto destino quiera hacerme la puñeta:



Después subí al tren, llegué a Madrid, ganduleé y me hice selfies, los selfies más terribles de mi vida, los selfies que me hacía con una felicidad absoluta por estar en Madrid cumpliendo mi sueño y, a 400 kilómetros de mí, mi padre sin pulso y herido de muerte, tirado en el suelo del despacho…nunca me volví a hacer selfies así, ni tampoco soy la misma.  Me instalo en el hotel y voy a la habitación, me extraña algo. He llegado hace un buen rato, he mandado fotos y nadie me ha contestado al WhatsApp, ¿Qué demonios pasa?
Más tarde, la Peque me contó que con cada mensaje que recibía mío, sentía una puñalada:

-Cada vez que leía un “Yujuuuuuuuuu, Madrid!”, sentía una puñalada. Y no podía dejar de pensar en ti,  en tu vulnerabilidad al volverte sola y en tus 26 años.

No he terminado de deshacer la maleta y recibo el maldito mensaje de mi cuñado: “Tienes que venirte. Tu padre está malito ingresado”. Leí eso y se activó en mí el modo película: “esto no es real, esto no es real…” y empecé a verlo todo por encima de mí, yo sabía que no era cierto que estaba malito, porque en mi familia, si me dicen que vayas, es porque pasa algo grave, yo sabía que si me habían requerido, era por algo vital, así que asumí la muerte de mi padre. Sí, asumí su muerte. La asumí desde el minuto, porque recibí la noticia con frialdad, como si me hubieran clavado una catana rociada en cloroformo. Se había hecho una herida enorme en mi alma, pero era incapaz de despedazarme, veía la sangre salir de mí y no era capaz de tapar la hemorragia. No dolía, aunque ahogaba. Salí del hotel y fui corriendo a Atocha. Petrificada y con la boca seca. Sintiendo que estaba viendo una película o como estar en una pesadilla, con cortinas negras y saltos de vacío y fantasía no me hacían caer.

La vuelta en tren fue larga, lo reconozco. No fui capaz de soltar ni una lágrima, pese a que al tren todo el mundo iba contento, con sonrisas y sombrillas “Vamos para Alicante!! La playa nos espera” yo no podía llorar ni sentir nada, solo quería matar a todo el mundo ¿Por qué ellos sí y yo no? ¿Por qué no sentía dolor por esto? Tampoco estaba en shock. En el tren de vuelta, me dediqué a mandar whatsapp a mis amigos y conocidos informando de la noticia. Me atosigaban mucho pero yo contestaba todas las llamadas, todos los mensajes, todas las condolencias...mi boca estaba seca y sentía la catana atravesando cada una de mis células. Me atreví incluso a hablar con el compañero de asiento de al lado, un chico que recuerdo que dijo que olía muy mal el tren, pero yo no me acuerdo de nada. Solo que a veces me venían cosas a la cabeza, las primeras y las más intensas fueron “Navidad y Plasencia” y luego, de vez en cuando, pensaba en la irreversibilidad del asunto, que jamás volvería a verte, a besarte, a hablarte. Pero no pensaba en la charla de anoche, en lo retorcido de morirte estando aquí, en qué te había pasado, en como estabas, que iban a hacer contigo. No pasó nada de lo que siempre había pensado al imaginar la muerte de mis padres. Todo se diluía y conforme llegué a Alicante, totalmente fuera de mí, me quedé dormida en mi propia película y no recuerdo nada, algún flash, recuerdo romperme algunas veces, pero mi “amnesia selectiva” según mi psicóloga, me impide recordar que pasó, que ocurrió, que vi y que no vi, a quién vi, quien lloró y quien me besó. La Verdad que agradezco no recordar nada. Ya mi siguiente recuerdo, mi gran dolor vino cuando llegamos a casa después del entierro. Nuestra familia se quedó en la calle y nosotras cuatro subimos, abrimos el salón y las cuatro, vivimos el momento más horrible de mi vida, nos abrazamos a su cojín, impregnado de su olor, de ese cóctel a tabaco, chicle de menta y perfume dulce y lloramos, “¿Qué va a ser de nosotras?”, no recuerdo ninguna imagen peor que esa, no recuerdo nada más amargo que eso, ni siquiera la noticia de su muerte me dolió tanto como eso. La anestesia se había pasado, ahora vendrían las lágrimas, palo tras palo, mazazo tras mazazo, día tras día luchando sin el papá, que había recogido sus alas y dejó de cobijarnos a todas.
De los días siguientes recuerdo a Laura contando una y otra vez la misma historia “Le oí roncar y me volví y se cayó…” y toda la historia de detrás, en la que no estuve (afortunadamente) pero que sé de memoria, tampoco olvido el sentimiento de culpa por estar en Madrid felizmente haciéndome fotos y ellos aquí, mi padre yéndose y yo más feliz que nunca. No olvido cuando volvimos a la oficina, el silencio, los motores del ordenador que a Laura y a mí nos recordaban a su corazón, no olvido cuando venía la gente a preguntar, a dar el pésame, el maldito “poco a poco”, el leer su partida de defunción, que mi madre diga que es viuda, que se refieran a mi padre como el fallecido, que su ausencia sea tan intensa como lo era cuando estaba, la desesperación de las primeras semanas, en las que afirmé que quería morirme para irme con él pero que no quería suicidarme y hacer más daño a mi familia, el ir por la calle y odiar a la gente feliz, odiaba a todo el que tenía padre, quería desaparecer, matar a Dios, gritar. Pero lo cierto es que solo podía llorar y sentirme huérfana de padre y de amor…

Mi padre se merecía el duelo que he tenido, mi padre se merece todas las lágrimas, todas y cada una de ellas, porque como me dijo mi psicóloga “El amor es más fuerte que la muerte”. Y mi padre merece que no me lamente por cosas que no son ciertas, porque a mí no se me quedó ningún te quiero por decir, ni ningún beso por dar, ni ningún minuto sin haber disfrutado de él, lo aproveché al máximo. Lo que lamento es que esos minutos no se hubieran prolongado al menos, unos 10 años más…


lunes, 26 de febrero de 2018

Marina


1991: 22 de enero nazco un miércoles de madrugada. Acuario. Nací con hambre. La tercera de 3 chicas. Mis padres están en la cuarentena.

1992: Engordo mucho pero soy preciosa.


1993: El rey Melchor me sienta en sus rodillas y yo le pido Barbies. Primeros recuerdos. Boda de mi primo en Galicia, soy la Dama, todo el mundo se prenda. Vestido azul. Portugal y Santiago de Compostela. Nabuco.


1994: Me gusta el agua y comer. El niño de Portugal aparece de vez en cuando para que me porte bien. 


1995: Empieza el cole: "mañana en lo verde". Conozco a compañeros que me acompañan todavía. La mejor época se mi vida empieza ahora. "Me cago en tu estampa", la abuela en pelotas. Vamos a nadar al río. Cumpleaños en casa, mover mesa y sillas. El papá hace bizcochos de yogur.


1996: Gran riada. Falda de colores. Plasencia y viajes a Galicia. Navidades y Reyes con millones de regalos. Veranos en Plasencia. María Elena y las tardes jugando.

1997: Endocrino. Sale mi carácter. Los Reyes llenan el salón de mi casa. Viajes a Murcia. El Ford Ka llega a nuestra vida. Odio las matemáticas y en  el cole, alguien me llama "la gorda"


1998: Ballet, judo, ratoncito Pérez. Me gusta Javi pero yo a él no.  Volvemos a Murcia. Salchicha de canela. Soy de letras, las matemáticas me matan. Sigo engordando.  El ratón viene algunas veces a hacerme arroz. “La vaca, la vaca” en Plasencia. Alguien dice que bailo muy bien pero que estoy "rechoncha". 


1999: Pelo largo, chándal rosa y domingos a misa. Mi vestido de comunión está en marcha, es sencillo y fino "para que no te haga gorda". Horrible dolor de muela aquella noche de noviembre.


2000: Muere abuela paterna. Comunión, lluvia, Peugeot 406. Fotos con mi traje. Cáncer entra en nuestra familia. Vacaciones familiares, angina de pecho papá. Odio el comedor del colegio. 


2001: Pierdo peso. Odio las matemáticas. Plasencia, Aqualandia, veranos felices. Boda, vestido de modista. Se confirman mis sospechas que los Reyes son los padres,  pero todavía me llenan la casa de regalos. Conozco a mis cuñados.


2002: Carnaval, la regla hace su primera aparición, me gusta Fran. Odio las matemáticas, engordo. Noches con la abuela. Pollo con sabor a vermú. 

2003. Muere mi tía, "la tía", familia pierde rumbo. Empiezo instituto de curas, vacío, soledad y depresión. Rosa entra en mi vida. Noches con la abuela.

2004: Engordo. Abuela enferma. Plasencia no es lo mismo. Odio las matemáticas y las lentejas. El instituto me supera.


2005: Adiós abuela. No aguanto a los curas. Depresión, psicóloga, adelgazo. Primera vez que me voy de acampada. Nostalgia. Gran viaje familiar a Plasencia. Mi primer desamor.  Engordo con demasiada facilidad. La mejor época de mi vida empieza a diluirse.

2006: 15 años. Primer beso. Boda prima, boda tío. Me apasiona la historia. Santa Águeda. Vivo demasiado apegada a mis padres, no soy una adolescente al uso. Soy demasiado responsable y empiezo a ahogarme en el instituto. Segovia. Necesito gafas. Mi segundo amor. Autodidacta. 


2007: Dejo el instituto. Vida laboral “on”. Engordo mucho. Psicóloga y empiezo a salir de la depresión. Valladolid. Empiezo a escribir mis primeras poesías y escritos. Segundo desamor. Autodidacta.


2008: Engordo. Me apunto a EOI. La escritura es mi vía de escape. Giner de los Ríos. Sara entra en mi vida. García Lorca y la lectura clásica también entran en mi vida. 


2009: Terremoto cerebral de mi cuñado. 18 años Primera vez. y primera vez que voto. Engordo mucho. Peque anuncia su boda. Saco un 7 en matemáticas. Engordo.


2010: Brutal adelgazamiento. Boda peque, costalera, vestido rojo. Primer viaje a Granada. Granada llega a mi vida para quedarse. Mi tercer amor.


2011: Engordo nuevamente. Sevilla con Rosa, nos amamos. Mi tercer amor es tóxico. Viaje con mis padres. Córdoba, Granada y Plasencia. Levanto cabeza. Empiezo a estudiar Turismo. Madrid. Autodidacta.

2012: viaje a Granada con la agencia.  Besos en el Prado, Lavapiés y más viajes a Madrid. Sevilla y conozco Asturias. Autodidacta.


2013: Soy guía. Viajes a Madrid, aventuras con H. Barcelona-Asturias-Barcelona. Mi tercer amor es demasiado tóxico. Con Rosa a Plasencia. Caída y ruptura de vértebras. Trabajo en hotel. Mechas californianas. Charlas nocturnas con mi padre.


2014: Trabajo en hotel. Duele. Viajes con la agencia. Abel. Camino de Santiago, cambio de vida. Primer tatuaje, Arqueología. Misteri d´ Elx. Amor platónico y búsqueda desesperada. Me apunto a teatro. Arqueología. Engordo. Charlas nocturnas con mi padre.

2015: Amor platónico y yo somos amigos. Teatro y mi primera vez en un escenario. Madrid y Templo de Debod. Buen año. Camino de Santiago II, romance en Santiago. Adelgazo y engordo. Autodidacta. Charlas nocturnas con mi padre, casi siempre de curas.

2016: 25 años. Universidad, historia e historia del arte. Operación papá. Mediocridad. Viaje a Madrid, Alba de Tormes. Alisado japonés. Salgo con A, "¡qué mono es!"  Mariposas estómago, "me ahogo en esta relación”. Soltera otra vez. Charlas nocturnas con mi padre.

2017: Muere el papá fulminantemente. Ira, nostalgia, dolor, dolor, dolor, dolor. Duelo. "poco a poco". Llorar océanos. "¿Por qué?"  Me rompo y me pierdo. JC, Teruel, oásis. Tristeza. Oasis. Psicóloga y añorar. La gente no vale nada. Madrid frustrado. Engordo-Adelgazo. Crisis personal.  La casa de Plasencia se muere. Amo la historia y nadie aguanta mis charlas. 

2018 : Dieta y empiezo a adelgazar. Ausencia. Empieza el blog. Necesario para seguir viviendo.